¿Eres inmigrante? Debes parecerte más a Frodo (el del señor de los anillos)

¿Eres un inmigrante? ¡Entonces debes parecerte a Frodo!

«Vivir en otro país» es algo que se dice fácil, pero en realidad es una gran apuesta. Pensar en emigrar es dibujarse escenarios que van desde estrenar un carro último modelo mientras vas cantando «It’s My Life» de Bon Jovi a todo volumen por una autopista perfecta, con palmeras que se agitan vigorosamente al viento mientras experimentas la embriagadora sensación de un asfalto sin huecos; hasta noches solitarias de frío, dolor, incertidumbre y hambre, en las que ni siquiera un cable te puedes comer porque te aterra que la factura de la luz llegue más cara solo por eso.
Frodo & Sam in Field
En el caso de los venezolanos, hay quienes sostienen firmemente que para irse «a lavar platos» mejor se quedan en su país (siempre me ha parecido curioso que recurrentemente se utilice la palabra «platos» para construir esa oración porque ciertamente hay cosas peores que lavar, pero eso es harina de otro costal). Por otro lado están los que desean emigrar a «trabajar de lo que sea», con tal de salir de ese mismo país.
Está quien apuesta a su capacidad para minimizar todos los riesgos posibles antes de llegar a lo que considera una «tierra prometida» y dice cosas como: «Mi hoja de ruta está trazada. Estoy apostillando hasta el acta de bautismo para irme más seguro. Ya elaboré una matriz FODA, dos planes de negocios, me leí tres libros de inteligencia migratoria, fui a una conferencia de Camilo Cruz y me mandé a hacer una carta astral con Adriana Azzi para planificarme mejor».
En el extremo opuesto están los que prefieren dejarlo todo «en manos de Dios» y cuando alguien les pregunta sobre sus planes migratorios, sacan el Jack Sparrow que llevan dentro y gritan al viento con orgullo: «sí vale, voy a lanzarme esa aventura».
La verdad es que ambos extremos son un error (¿cuándo no lo son?). Por más que planifiques siempre hay algo que puede salir mal y no planificarte en absoluto es una receta perfecta para el desastre. Ambas cosas solo generarán frustración y ese es el sentimiento más tóxico que puede sentir un inmigrante, porque lo lleva de nuevo al punto de partida.
Al final del camino, hay que ser un poco como Frodo, el decidido hobbit de «El Señor de los Anillos». Es decir, tener la meta perfectamente visualizada desde el principio, pero con la disposición de sortear los peligros desconocidos que surjan en el camino; asesorarte con los mejores pero ser valiente y leal cuando te toque luchar solo y, sobre todas las cosas; entender que emigrar es un viaje que no se acaba nunca y lo mejor que puedes hacer es dar siempre lo mejor de ti mismo durante todo el trayecto, con la esperanza de lograr el objetivo aunque algunas cosas se hayan perdido en el ínterin.
Valeska Bejarano Porras
Inmigrante venezolana