Testimonio: De Margarita a Madrid, de la locura a la tranquilidad | YoEmigro.com

Testimonio: De Margarita a Madrid, de la locura a la tranquilidad

Este artículo de opinión fue enviado a [email protected] por Candelaria Martín, inmigrante venezolana residenciada en Madrid:

Tenía más de tres meses dedicándome a hacer colas para conseguir algo que comer. En Margarita no era fácil resguardarse del sol inclemente y, la verdad, con mi problema en la columna tampoco era sencillo pasar tantas horas de pie, así que muchas veces me sentaba en las aceras donde aguardaba mi turno de adquirir algún producto regulado.

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En una de esas tantas veces que soporté en silencio la humillación a la que nos sometía un Guardia Nacional porque «había que hacer la cola en orden» me vi a mi misma en medio de tanta indignación y no pude contener el llanto.

Lo único que evitó que saliera corriendo de aquel infierno de bachaqueros sudorosos y agresivos, fue pensar en mis dos sobrinos, a los que necesitaba darles una arepa para cenar, pues con el sueldo de mi marido no podía darme el lujo de comprarla a los bachaqueros que la venden en 50 veces su precio regulado.

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Ese día, como ya era costumbre, recibí empujones y soporté gritos, calor, hambre, sed y la conversación de dos señores quienes, entre risas, celebraban que en su trabajo se había ido la luz porque así podían ir a «hacer su colita tranquilos».

La mujer delante de mi llamó a alguien por teléfono y, sin vergüenza ninguna, cuadró la venta de «ocho kilos de azúcar que tenía en su casa, pero a precio nuevo»; mientras yo pensaba en los 15 años que mi sobrina había cumplido una semana antes, sin una tortica que picarle en casa porque no encontré ni harina, ni leche, ni azúcar.

Después de casi tres horas con el alma estremecida cada vez que unos motorizados pasaban frente a la cola, pude entrar al abasto y comprar UN paquete de harina de maíz, pero me lo dieron en una bolsa transparente así que me tocó encomendarme a Dios para que nadie me la arrebatara de camino al carro o ningún policía me la quitara.

Ese día llegue a casa con el corazón en la boca. Preparé la masa de arepas y prendí la hornilla que finalmente podía prender después de cinco días sin gas porque tampoco conseguía una bombona. Monté las arepas y, mientras se hacían, leí en Twitter que robaron a los pasajeros de un autobús en la ruta que mi esposo siempre toma y que después descubrí que él venía en ese bus y que tuvo suerte porque sólo le dieron un cachazo y le rompieron la cabeza, pudieron haberle dado un tiro. Gracias Dios no me lo mataron.

Llamé a los muchachos a cenar y mientras los veía comer y hablar sobre juegos de video, estaba pensativa, angustiada y no sabía por qué, y en ese momento llegó mi esposo con su camisa toda llena de sangre y ahí, justo en ese instante, parecía que el mundo se detuvo, un torbellino de pensamientos asaltó mi mente y tomé una decisión: ¡Nos vamos del país!

De algo serviría mi doble nacionalidad. Así que después de muchos papeleos (mi hermana murió hace cinco años y desde entonces estoy a cargo de sus hijos ya que los respectivos padres, brillan por su ausencia), conseguimos vender la casa y venir a Madrid, de dónde eran mis papás.

Tenemos un año aquí, viviendo en una casa de la familia que me prestaron mientras me establecía, pero no ha sido fácil. He buscado trabajo hasta de cocinera, pero no he conseguido. Del dinero de la casa queda muy poco, nos lo hemos gastado cubriendo gastos, pagando renta y comida.

Mi esposo está trabajando de mesonero y con eso sobrevivimos, económicamente estamos más o menos igual que en Venezuela, completando un céntimo sobre otro, pero al menos, tengo la seguridad de que los muchachos pueden salir a la calle tranquilos sin que les pase nada, de que mi esposo al volver del trabajo nadie va a robar el bus ni matármelo de un tiro.

Porque para mí, lo más importante es la seguridad, no me importa si paso hambre o si no tengo TV por cable, pero el poder salir a la calle sin miedo, el sentirme cuidada y respetada por la policía, el saber que la luz no se va a ir y que puedo dormir tranquila mientras los muchachos están en la calle con sus amiguitos hasta tarde en la noche, eso, sólo eso, me ha devuelto la vida, me ha quitado un peso gigantesco de encima y me ha hecho volver a sonreír sin razón. Candelaria Martín.

Candelaria Martín