Testimonio: Vine a Venezuela y no quiero volver más nunca (crudo relato)

Testimonio: Vine a Venezuela y no quiero volver más nunca (crudo relato)

Este artículo de opinión fue enviado a [email protected] por María Laura Gómez, inmigrante venezolana residenciada en Madrid:

Pido perdón a todos los españoles y a los madrileños por haber criticado su manera de ser y decir que no me gustaba estar en Madrid. Escribí esas cosas en un artículo porque estaba sentimental y me sentía sola lejos de mi familia, pero no sabía lo que estaba diciendo. Hacía dos años que no venía a Venezuela, pero como dije en otro escrito hace unas semanas, la extrañaba demasiado y me sentía demasiado mal.

Quería abrazar a mi mamá, mi hermana y a mi canela, así que tomé la determinación de venir a Venezuela a pasar unos días aprovechando que me quedé sin curro en Madrid, guao, qué emoción, venía a casa, no lo podía creer, casi que caminaba sin tocar el piso de lo feliz que me sentía.

Llegué a Barajas, pasé seguridad, migración y antes de montarme en el avión rumbo a Maiquetía ya se sentía todo más familiar, el acento venezolano era casi como estar en casa, aunque nunca entendí por qué si todavía no habían llamado para embarcar ya la gente estaba haciendo cola, pero no importaba cualquier incomodidad, lo importante era que venía para mi hogar.

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El vuelo estuvo bien, llegamos a Maiquetía y me sorprendió ver que las paredes estaban sin pintar, el piso sucio, el aeropuerto desolado, al salir ya mi mamá estaba ahí, qué emoción, su abrazo fue lo mejor que me había pasado en dos años, pero su cara estaba rara, la noté avejentada, arrugada, como quemada por el sol, no podía creer que en tan poco tiempo se viera tan anciana… y pensé ¿mamita qué te pasó?, pero no le dije nada, mi felicidad era mayor que eso.

Salimos apuradas, me dijo que me moviera rápido porque estaban atracando mucho en el aeropuerto, que tuviera cuidado que si alguien se acercaba me apurara, casi le da algo cuando fui a sacar el teléfono para tomar una foto, me pegó un grito que retumbó en todo el litoral recordándome que estaba en Venezuela, que aquí no se pueden sacar los teléfonos porque te pueden matar para quitártelo… “cierto”, pensé, ya había olvidado eso.

La camioneta de mi mamá era un reflejo de ella, estaba desajustada, le sonaba todo, se movía raro cuando iba rodando, hacía calor y cuando le pregunté el por qué me dijo que no se conseguían repuestos para el aire acondicionado y que la camioneta la habían tenido que “parapetear” con partes usadas porque las nuevas eran muy caras o no las había.

Durante la vía y más aún, al llegar a Maracay quedé impactada, no podía creer lo que veía, parecía que había arribado a un país africano en crisis, desolación, destrucción, miseria, colas horribles con gente que daba miedo frente a los farmatodos, a los supermercados, las calles llenas de huecos, los semáforos dañados ¿qué es esto? ¿qué pasó con mi país?, pensé.

Cuando por fin llegamos a la casa, no había luz así que nos tocó subir por las escaleras y dejar las maletas en el carro porque son 8 pisos. Mi mamá me dijo que es el racionamiento era diario, pero sólo para el interior del país porque a Caracas no se la quitan y le noto cierto tono de rabia cuando lo dice.

¡Canela! Mi adorada perrita, sigue tan bella como siempre, aunque le veo el pelo reseco, tiene algunas pulgas y está como flaca. Me di cuenta que estaba comiendo una Perrarina que yo sé que no le gusta, pero al parecer es la única que se consigue.

Yo quería un café con leche de esos maravillosos que ella preparaba y me dice que no hay leche… ni café, le pido un sándwich, no hay pan, entonces pienso en una arepa y me la hace con lo último que quedaba en el kilo de harina de maíz, sólo hay queso duro y no tiene mantequilla, igual me supo a gloria, me la había hecho mi mamá y eso es suficiente, pero al mismo tiempo pensaba en que esto no es vida.

La luz llegó tres horas después, pero no había agua, así que nos tocaba bajar el wáter (poceta) con tobos (baldes), usábamos servilletas de esas grandes de cocina como papel sanitario ya que también está escaso, lo mismo sucede con el aceite, el azúcar, la harina de trigo, las toallas sanitarias, desodorante, champú, jabón de bañarse, detergente de lavar la ropa, y muchas otras cosas.

Esa noche conversé mucho con mi mamá y mi hermana, lloramos, nos reímos, nos abrazamos y ellas me contaron lo dura que está la situación en Venezuela, que está mucho peor que cuando me fui y que pronto me daría cuenta que ese país que yo extrañaba ya no existe. Ahí me contó que tiene la piel de la cara y el cuello toda dañada porque pasa horas bajo el sol haciendo colas para comprar lo que vendan ese día en el supermercado, sea una botellita de aceite, un kilo de arroz o un kilo de harina P.A.N.

Ya tengo como dos semanas aquí y estoy desesperada porque llegue el día de volver a Madrid, ya no aguanto más, esto no es Venezuela, esto es una cosa destruida, dañada, una versión bizarra de una copia barata de mi país.

En estas dos semanas he descubierto que la anarquía, la destrucción, el odio y la desolación se apoderaron de mi patria, he vivido las colas para comprar una harina, he visto los centros comerciales en total estado de abandono, las tiendas vacías o cerradas, los carros parados por falta de batería o cauchos, la gente morir de mengua porque no hay medicinas.

Se me ocurrió la genial idea de montarme en un autobús y me robaron el teléfono. Así que ya no salgo del apartamento, estoy encerrada en mi cuarto, tengo una crisis de nervios, no puedo dormir porque sólo me viene a la mente la asquerosa cara de sádico cargada de odio que tenía el desgraciado que robó a todos los pasajeros a punta de pistola, en ese momento sentí que no lo contaría.

Lo siento Venezuela, pero en este viaje descubrí que lo que yo extrañaba era sólo una ilusión.

Me devolveré a Madrid a trabajar lo más duro que pueda para llevarme a mi mamá y a mi hermana, nadie se merece vivir en este país.

Adiós Venezuela, hasta nunca.

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Escrito por: María Laura Gómez