Testimonio desde Colombia: El éxodo venezolano y la xenofobia de los 90s

Testimonio desde Colombia: El éxodo venezolano y la xenofobia de los 90s

La xenofobia es sufrible cuando se es la víctima. Cuando no, el victimario se cree merecido y justo defensor de su territorio. Y por supuesto está convencido de sus actuaciones, las cuales justifica bajo el argumento del derecho a la legítima defensa del bien colectivo. Por estos días miles de colombianos, venezolanos y colombo-venezolanos atraviesan a diario nuestras fronteras para sobrevivir a la hecatombe social que sufre el hermano país.

Sean estas las causas que sean, con el argumento que se quiera usar, pero es una aguda crisis que empieza por el estómago y va hasta los derechos fundamentales. Se sabe, al menos, que 40.000 personas de ese país han ingresado oficialmente al censo del Atlántico, sin contar los nacionales que regresaron.

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Ese éxodo masivo hacia Colombia ha producido un caos en el resquebrajado sistema de salud nacional, en la oferta laboral, en la seguridad y en muchos otros campos. Aquí en los últimos meses, decenas de venezolanos han sido atrapados en actos delictivos. Inclusive el mercado de la prostitución en Valledupar y Riohacha se ha depreciado.

Ha ocurrido este singular hecho porque ciudadanas venezolanas que ejercen el oficio más antiguo del Mundo, cobran tarifas más bajas que las trabajadoras sexuales oriundas de esas capitales.

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¿Qué podemos decir? ¿Qué los echen? ¿Qué impidan su ingreso a Colombia? ¿Qué los persigan? Hay que revisar la historia de los dos países. La historia del siglo pasado, sin incluir que fuimos una sola nación con Ecuador a mediados de 1800: la Nueva Granada. Antes de este éxodo que se vive y sufre, los colombianos emigraron a Venezuela por millones a partir de los 50.

Fundaron empresas, desempeñaron cargos importantes, fueron peones, domésticas, ladrones y putas. Así que lo que ha ocurrido es que el mundo dio un giro y quienes antes tenían el poder adquisitivo del Bolívar son emigrantes desesperados en busca de oportunidades para comer y enviar algo de bienestar a sus familias.

Sectores de Miami como El Doral son un gueto venezolano. Inclusive hay historias tristes de gente que han devuelto de los aeropuertos de esa ciudad y de Fort Lauderdale, en parte porque la precaria situación venezolana ha pauperizado los sueldos en Estados Unidos, y también en Colombia.

Hasta los años 90 había xenofobia contra colombianos allá. Cualquier hecho encendía una llama anticolombiana, como el caso de la Fragata Caldas o el asesinato de soldados patriotas en 1987 o el 26 de febrero de 1995, todos a manos de la guerrilla. “Colombianos asesinos. Colombianos fuera”, rezaban grafitis en calles de Caracas y un columnista habitual del gran periódico maracucho Panorama escribía con frecuencia contra “los colombianos”.

Pero por otro lado millones de ciudadanos de ese país abrían sus brazos a quienes llegaban. Casaban a sus hijas con los extranjeros y formaban largas familias en el Zulia, el Táchira y Barinas. Se parecen a nosotros y nosotros a ellos. En el Caribe, en los Andes y en los Llanos. En todas esas zonas somos una sola nación. Por eso es absurdo que aparezcan avisos como uno que vi en Tunja: “se buscan meseros, pero que no sean venezolanos”.

Escrito por Humberto Mendieta