En menos de cinco meses la nación argentina pasó de ser un lugar con muchos índices negativos en materia financiera a estar ahora en la línea de la incertidumbre, quizás para muchos puede sonar a un avance exponencial, pero otros discrepan y no pueden determinar un futuro promisorio aún para las cuentas de uno de los países potencia de América del Sur, no sólo por su riqueza natural, sino por su destacado perfil cultural y vanguardista dentro de la región.
Lo que parecía una quimera hace menos de dos años, hoy es una realidad, hubo un cambio político en la Casa Rosada y desde diciembre de 2015 está frente al mando un orden ideológico más liberal que el manejado durante doce años por el denominado bloque Kirchnerista (K), una alianza partidista familiar que comenzó en 2003 con Néstor Kirchner (fallecido), y finalizó el año pasado con su viuda Cristina Fernández.
El empresario Mauricio Macri, exalcalde de la Provincia de Buenos Aires, retó a las bases de los Kirchner al lanzarse como candidato presidencial, una tarea que no le fue fácil ante la popularidad que logró acuñar el grupo K en Argentina por más de una década producto de la estabilización social del país en los primeros cinco años de haber ascendido al trono Néstor, tras la crisis financiera a comienzos del siglo XXI. Ese auge consolidó un radicalismo que aún se mantiene de pie, pero que se ha resquebrajado en los últimos años producto de las denuncias de corrupción, dádivas, una inflación galopante y medidas populistas para tratar de solventar problemas monetarios, que al contrario sólo empeoraron, llevando a la Argentina a figurar entre los 10 países con la tasa inflacionaria más alta del planeta, y la segunda de Suramérica, sólo detrás de Venezuela.
Esas estadísticas en rojo abrieron paso, sigilosamente, al movimiento “Progresista” (PRO), un enlace de partidos de centro y ultraderecha para contratacar a sus adversarios K en la carrera por llegar a Casa Rosada en 2015. Los K, aún con el apoyo de la mayoría peronista del país, partido tradicional del sindicalismo gaucho, y otras corrientes de izquierda, no pudieron con su candidato “impuesto”, Daniel Scioli, sobrepasar los obstáculos de los señalamientos internos de estar manejando incorrectamente el gobierno, acción aprovechada por Macri para resaltar un plan político que se basa en restablecer la inversión privada en el país y recortar el gasto público.
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Fue así como la mayoría “apretada” de argentinos depositaron su confianza en un nuevo estamento para regir los caminos de la República albiceleste. El comienzo para Macri no ha sido fácil, pues, la ramificación K en las instituciones oficiales es fuerte; además las cuentas están en rojo alarmante; por ello ha tenido que tomar las medidas impopulares que todo presidente teme, por el costo social que ello implica.
El macrismo en su afán de reordenar los números ha venido ajustando el déficit fiscal, deshaciéndose de cargos o empleos burocráticos, cuestión que ha abierto un debate legislativo acerca de una “Ley Antidespidos” que podría vetar por primera vez el presidente si se aprueba en el Congreso; aumentando también el monto de algunos servicios públicos como el agua, gas, electricidad, y los combustibles, especialmente en la Provincia de Buenos Aires donde estaban subvencionados por el Estado, y que han disparado los precios de productos básicos como la carne y la leche. Estos pasos han generado malestar entre los pobladores, sobre todo en la clase media, que ha sido la más golpeada, pues, los pobres, también afectados, aún gozan de beneficios propios como la asignación directa por número de hijos, y descuentos en las facturas de los servicios.
Por otro lado, esos detonantes se han reflejado en la inflación que sigue disparada, un punto de inflexión, pues, Mauricio Macri prometió en su campaña bajarla al asumir la magistratura. El equipo económico del gobierno, entre ellos el ministro directo de la cartera de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay, ha señalado en reiteradas oportunidades que el problema que hoy sufren los argentinos con las “subas” es sólo el paso más forzado para conquistar un “mañana prometedor”, e insiste que las medidas adoptadas surtirán efectos a partir del segundo semestre de este 2016, cuando estiman que la inflación baje a 1,5% mensual, casi un 80% menos a la suma que se reflejó en abril pasado de un 5% en todo el país, llevando el acumulado a más de un 25%.
Pero Macri y su gabinete se han anotado algunos logros en materia de capital en los pocos meses al mando, entre ellos la salida del “default” en el que se cayó en 2014, cuando la administración de Cristina Fernández se negó a pagar la deuda de bonos con acreedores internacionales, que compraron los papeles finalizando el siglo XX y en plena revuelta fiscal entre el año 2000 y 2002. En tiempo “récord” el gobierno actual llegó a un acuerdo histórico con los llamados “fondos buitres” en una corte judicial de Nueva York en Estados Unidos donde reposaba el caso. Aunque parecía titánico alcanzar el trato por la oposición que tiene el macrismo en el Congreso a través del Frente para La Victoria, que apoya a los K en su mayoría; el proyecto se votó favorablemente, en gran medida impulsado por los gobiernos provinciales, gobernadores e intendentes, tanto oficialistas como contrarios, pues, todos requieren de inyección financiera para adelantar sus planes locales.
Con la salida del default, Argentina ha vuelto al ruedo de los mercados globales, generando confianza para la inversión extranjera, un punto en cual el presidente Macri apuesta con mucha fuerza en búsqueda de una nueva generación de empleos y crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) mediante posibles exportaciones, e importaciones con menores aranceles portuarios; que se le suma la liberación de las transacciones en dólares en el país, o la finalización del “cepo cambiario” que regía en Argentina desde 2011, que trajo consigo disparidad y devaluaciones inducidas no oficiales del peso. Otras “marcas” de Macri ha sido el compensar las medidas con las próximas devoluciones del IVA, el fin a las retenciones de las actividades agrarias, y la suba del mínimo no imponible de ganancias para los asalariados.
Sin embargo, las perspectivas gubernamentales esperanzadas desde el segundo semestre de este año no son del todo aceptadas por las agencias calificadoras internacionales de riesgo económico; por ejemplo, Moody’s presentó un informe en el que señala que la recesión en Argentina seguirá vigente por varios meses más, y su PIB se contraerá este 2016 en 1,5%, disparando la inflación a un techo del 30% anual; aunque detalló positivamente los ajustes llevados a cabo por Macri, en especial el finiquito con los “Holdouts”.
El mandatario argentino y su tren ministerial han explicado que el plan económico que llevan a cabo es a mediano plazo, estimando que en cuatro años la inflación y desocupación laboral sea de un solo dígito porcentual. Para el Banco Central la expansión monetaria en 2016 no superará el margen del 20%, asegurando que presionará a la baja la inflación, que podría llegar al 5% en 2019. Mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI) señaló hace algunas semanas que el país gaucho ha emprendido una “transición macroeconómica esencial”, describiendo que la liberación de controles ha ido depreciando la cotización del dólar, punto a favor en la que el Banco Central argentino ha tenido que intervenir para la subida de las tasas de intereses. El FMI cree que las medidas disparan circunstancialmente la inflación por la adecuación de las mismas, pero progresivamente el margen se irá reduciendo, aunque concuerdan con Moddy’s en la contracción de la actividad económica del país alrededor del 1% en este 2016, pero auspiciando una ganancia el próximo año de 2,8%.
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