¿El año que viene en Caracas? Venezolanos esperan pronto el final del exilio | YoEmigro.com

¿El año que viene en Caracas? Venezolanos esperan pronto el final del exilio

¿El año que viene en Caracas?

Mientras la oposición venezolana reaviva las protestas callejeras y forja un fuerte apoyo internacional, millones de personas que huyeron de la crisis en la nación sudamericana redirigen su mirada hacia su patria con la esperanza de que su exilio termine pronto.

Diomira Becerra ha estado siguiendo la situación desde Colombia, prestando atención a cada noticia para tener indicios de cuándo podrá empacar sus maletas y regresar. Salió de Venezuela hace tres años en busca de un mejor porvenir junto a su familia en la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta. Pero en el país que los acogió nunca se han sentido como en casa.

“No sabemos qué va a pasar, pero sabemos que este año recibimos la Navidad en Venezuela”, expresó Becerra.

Las altas expectativas de una comunidad en el exilio que supera las tres millones de personas están alentando un impulso de cambio en Venezuela desde el exterior. Algunos como Becerra están tentados de regresar de inmediato y hasta unirse a las protestas. Otros, como la legisladora exiliada Gaby Arellano, están desempeñando un rol clave para recoger ayuda humanitaria. Incluso aquellos que se fueron hace mucho tiempo y no piensan volver a vivir en Venezuela están pensando cómo pueden contribuir con la recuperación de su país.

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“Quiero poner mi granito de arena”, aseguró Pedro Morales, un médico gastroenterólogo que vive en Miami desde hace más de dos décadas.

Sumergida en una crisis económica más profunda que la Gran Depresión estadounidense de los años 30, Venezuela necesitará del conocimiento, los contactos y los recursos financieros de muchos de los exiliados. Un reconocido economista proyecta que la nación necesitará una infusión de 60.000 millones de dólares sólo para comenzar a resucitar. Al menos una pequeña porción de esos fondos podría provenir de exiliados entusiasmados en invertir en negocios venezolanos, enviar remesas o comprar propiedades.

Pero incluso cuando venezolanos como Becerra sueñan con pasar la próxima Navidad en su país junto a familiares que no ven desde hace años, también se están preparando mentalmente ante la posibilidad de que Nicolás Maduro persista en el poder.

A poco más de un mes desde que el líder opositor Juan Guaidó se proclamó presidente interino de Venezuela, los militares no han dado aún señales significativas de que planeen levantarse contra Maduro.

Al menos cuatro personas murieron y 300 resultaron heridas en enfrentamientos el fin de semana entre las fuerzas de seguridad, grupos armados que apoyan al gobierno y la oposición, que intentaba ingresar al país medicinas y alimentos.

Igual que los cubanos

Al igual que el grupo de exiliados al que más se parecen -los cubanos- los venezolanos también son conscientes de que su estatus de emigrantes podría convertirse en permanente. Durante años los cubanos anhelaban: “El año que viene en Cuba”, una esperanza que se ha ido diluyendo con el tiempo en la medida que la isla entra en su 60 aniversario de la revolución liderada por Fidel Castro.

Cada vez que Becerra se impacienta por empacar sus bolsos, se dice a sí misma que es muy pronto. Su hija y su madre -que padece cáncer- se sienten bien en Colombia. Como activista de la oposición se pregunta si sus compatriotas que apoyan a Maduro aún podrían tenerle rencor. Piensa, incluso, si estaría regresando al mismo país.

“Son 20 años de esto”, dijo. “¿Cómo le cambias 20 años?”.

Los venezolanos comenzaron a huir hace dos décadas con la llegada al poder del por entonces presidente Hugo Chávez. Aquellos con dinero y conexiones salieron primero, sobre todo a Estados Unidos, mientras que los más pobres escaparon después, en autobús o caminando a Colombia.

El éxodo venezolano se ha convertido en una de las migraciones más extensas del mundo: cerca de 5.000 personas cruzan cada día a Colombia, casi la misma cantidad que toda la caravana de migrantes que salió de Centroamérica hacia Estados Unidos a fines de 2018. Las Naciones Unidas estiman que unos 3,4 millones de venezolanos viven en el extranjero, una estadística conservadora que está basada en números gubernamentales. La cifra real podría superar los 5,5 millones de personas.

Un estudio del Centro Hispano Pew basado en estadísticas del censo de 2013 encontró que los venezolanos que viven en Estados Unidos tienen niveles de educación más altos que la población en general y un nivel de ingreso superior al de la mayoría de los latinos en el país, un indicador de sus capacidades y del capital con el que pudieran contribuir a su patria. A diferencia de los cubanos, que huyeron hace décadas, muchos de los venezolanos conservan aún recuerdos frescos de su país y quieren aportar su conocimiento.

“Hay un montón de experiencia y capacidad esperando afuera de Venezuela”, dijo Daniel Lansberg-Rodríguez, un experto venezolano que da clases en Northwestern University.

La experiencia muestra que una vez que un emigrante latinoamericano vive en el exterior por más de cinco años, es muy improbable que regrese, explicó Manuel Orozco, director del Programa de Migración, Remesas y Desarrollo del centro de estudios The Inter-American Dialogue, con sede en Washington.

Pero otros países que han atravesado prolongados conflictos nacionales han visto un auge de las remesas después de que la estabilidad política se ha restaurado. Y ese podría ser el caso también de Venezuela si se establece una red más efectiva de pagos, dijo Orozco. Advirtió, no obstante, que podría ser menos de lo que el país necesita.

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“La diáspora piensa que puede venir y reconstruir fácilmente el país en un corto período de tiempo. No va a ser así”, manifestó.

Frank Carreño, un actor y empresario, aseguró que después de más de 15 años residiendo en Miami junto a su familia no volvería a vivir a Venezuela, pero probablemente abriría un negocio en su país, como cuando inauguró tres sucursales de su compañía de locución y entrenamiento de voz. Las cerró en 2013, con la profundización de la crisis económica.

“Yo vuelvo a invertir y abrir operaciones”, expresó. “A vivir no creo… Sería volver a empezar. Tengo mi familia aquí, no lo veo viable”, dijo.

Otros, como Gabriela Álvarez, una joven de 32 años que vive en Madrid desde hace dos años, se imaginan volviendo pero quieren ver más que un cambio político. Álvarez expresó que le gustaría una mejora sustancial en la tasa de criminalidad -una de las más elevadas del mundo- y estar segura de que ella y su familia puedan tener acceso a una atención médica adecuada.

“Venezuela nos necesita”, aseguró Álvarez, que solía trabajar como productora en un canal de televisión de su país. “Lo mejor que podríamos hacer si este gobierno cae es volver para recuperarla”.

La diáspora venezolana está desempeñado un papel clave ayudando a Guaidó a consolidar su posición como presidente interino de su país. Años antes de su proclamación en enero, decenas de líderes opositores huyeron bajo amenazas de arresto. Han utilizado sus plataformas como exiliados para alzar la voz y crear conciencia sobre la situación de Venezuela, se han reunido con líderes internacionales y ahora están ayudando a Guaidó a ejecutar su mandato, buscando la forma de conseguir ayuda humanitaria.

“En el exilio se siente aislado. Pero hemos podido reinventarnos”, aseguró la legisladora Arellano.

Becerra, quien puede ver las montañas venezolanas desde su casa de Cúcuta, contó que su pequeña hija Hillary siempre le pregunta cuándo van a regresar. La nena tenía cuatro años cuando se fueron pero conserva recuerdos hermosos de su niñez en su Venezuela natal.

El duro exilio

Becerra no sabe cómo responderle. “¿Cómo explicarle a mi niña que tiene siete años que el país que ella recuerda ya no existe?”, se preguntó la mujer.

Aunque es terapista ocupacional, en el exilio Becerra ha hecho de todo, desde pasear perros hasta vender pastelitos de maíz en el puente internacional Simón Bolívar, por el que miles de sus compatriotas cruzan cada día.

Su sueño más grande es pasar nuevamente una Navidad junto a su familia en la casa de su abuela, como solían hacerlo. Pero sabe que es complicado. ¿Podrá ganarse la vida y darle un buen pasar a su hija? ¿Podrá simplemente abandonar la vida que se ha forjado en Colombia durante estos tres años dolorosos?

“Son vacíos que te hacen hacer las maletas todos los días y volverlas a deshacer en la noche”, dijo. “Es querer volver a casa, pero no es la misma casa”.

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