Huérfanos de hijos y de nietos: otro signo de la diáspora venezolana

Huérfanos de hijos y de nietos: otro signo de la diáspora venezolana

“Es muy difícil que Venezuela vuelva a ser lo que fue en la época que nosotros vivimos. Realmente, si se logra salir de este gobierno, levantar un país que está en ruinas económicamente, en recursos humanos, es muy difícil, y los hijos que se han ido, y los sobrinos y los primos, es difícil también que regresen porque a ellos les ha costado mucho adaptarse en el extranjero y están labrando una vida allá”. Carlos González Nieto – Caracas, Venezuela – Yahoo Noticias.

María Luisa Páez, madre y abuela, repite el adjetivo “difícil” en un país donde la vida es todo menos fácil. De hecho, las dificultades de toda clase que deben enfrentar los venezolanos día a día son las que impulsaron a su hija a emigrar. “Ella trabajaba aquí, en un periódico, pero se fue asfixiando en cuanto a las alternativas laborales que tenía porque cerraron el medio de comunicación y, aparte de eso, era una zozobra su vida acá por la inseguridad personal”.

Ese medio de comunicación es uno de los tantos que han cerrado en Venezuela por presiones oficiales, que subsisten a duras penas en medio del acoso del régimen, que han sido adquiridos por empresarios progubernamentales, o que permanecen en manos de sus dueños tradicionales pero aplican la autocensura por temor a represalias. La hija de María Luisa vive y trabaja ahora en Panamá, uno de los diez países del mundo que más han recibido a inmigrantes venezolanos en la última década.

Sus dos hijos varones habían emigrado a Europa hace muchos años, antes de la llegada del chavismo y por motivos distintos, no relacionados con crisis o carencias nacionales. Su única hija, en cambio, ha venido a sumarse a una auténtica diáspora familiar que hace suspirar a María Luisa y la hunde en la nostalgia.

Suscríbete a nuestro canal de Telegram "Inmigrantes en Madrid" para que estés al día con toda la información sobre Madrid y España, ofertas de empleo y más

“Nosotros somos once hermanos, una familia muy unida. Nos reuníamos en diciembre, en los carnavales, en Semana Santa, los fines de semana, siempre haciendo planes, viajes, juegos… Y no solamente los hijos míos se fueron sino también los hijos de mis hermanos, todos están afuera por la misma situación de inseguridad, de restricción económica, y se siente como una soledad porque ya no se hacen aquellas reuniones que se hacían antes, no se comparte. Una familia que era tan unida ahora está dispersa por el mundo entero”.

No en vano, “desarraigo” es la palabra con la que María Luisa ilustra el desmembramiento de su numerosa familia, hoy desperdigada por tres continentes.

Incertidumbre

Como a la hija de María Luisa Páez, a un yerno de José Arias le ocurrió algo similar. “El esposo de mi hija mayor trabajaba en un canal privado de televisión que cambió su estilo de comunicación y la línea editorial de sus espacios informativos, siempre favoreciendo al Gobierno, sin la imparcialidad que permitiera ver bien las cosas que estaban y están sucediendo en el país”.

El yerno de José es opositor, trabajó mucho tiempo como activista en una organización de participación ciudadana y comenzó a tener problemas con sus superiores en el canal. Al cabo de múltiples presiones y desencuentros, él y muchos otros empleados renunciaron o fueron despedidos. Entre la inestabilidad laboral, la fuerte contracción económica y la agobiante inseguridad personal, terminó emigrando junto a su familia.

José Arias tiene 4 hijos, todos casados, con distintas profesiones y oficios, y todos ausentes porque prefirieron buscar afuera mejores oportunidades antes que mantenerse en plan de supervivencia en su tierra natal. Actualmente viven en Estados Unidos, principal destino de quienes deciden emigrar de Venezuela, y aunque a este padre y abuelo de 74 años le es difícil sobrellevar la ausencia de sus hijos y nietos, a su edad sabe ver el lado bueno de las cosas.

“El único consuelo que tenemos los padres a quienes se les han ido los hijos al exterior a hacer una nueva vida es que ellos están tranquilos, están viviendo su vida, están esforzándose por aprender un nuevo idioma y por ser eficientes en las labores que les encomiendan. Esa es la única parte positiva”. De resto, José define su situación en Venezuela como de “incertidumbre”.

Nietos de inmigrantes

Isabel Otero es hija de inmigrantes españoles que, cuando salieron de España, dejaron un país que estaba saliendo de una guerra, un país muy desolado que no ofrecía mayores oportunidades. Llegaron a Suramérica, cada uno por su lado, se conocieron y casaron en Venezuela, echaron raíces, tuvieron a Isabel y a su hermana y hoy, décadas después, la situación se invierte: ahora sus hijos, gracias al pasaporte europeo que obtuvieron como legado de aquellos abuelos, regresan a sus raíces, tal vez para no volver. ¿Cómo se vive eso?

Ironía del destino o no, lo cierto es que la humanidad no aprende sino en cabeza propia y, lamentablemente, Venezuela como paraíso para los inmigrantes en los años 50, 60 y 70, cuando había muchas oportunidades laborales porque era un país con crecimiento, con auge, con empuje, con tecnología, empezó a involucionar”, dice Isabel, cuyo hijo mayor se mudó a España para realizar una maestría, luego de culminar sus estudios universitarios en Venezuela, y muy probablemente no regrese. “Lo que pasa es que las condiciones para regresar no están dadas, debido a la inseguridad y la poca oferta de trabajo”.

Su otro hijo también espera culminar sus estudios para seguir la senda de su hermano en España, el segundo país, después de Estados Unidos, con el mayor número de inmigrantes venezolanos, según el informe del Observatorio de la Diáspora Venezolana publicado en abril de 2017. “Mis hijos están enfocados en las comunicaciones, pero también se han ido médicos, se han ido ingenieros y se siguen yendo, y esa es la parte triste para el país”.

A sus 57 años, con una pensión que se le hace cada vez más exigua en el país con la mayor tasa de inflación del planeta, a Isabel se le abre una perspectiva poco grata pero muy probable: la de envejecer en Venezuela alejada de sus hijos y de sus eventuales nietos. ¿Piensa ella también en emigrar? “Es una situación en la que he pensado pero estamos todos los días esperando que la situación en Venezuela mejore. Es un futuro incierto lo que tenemos hasta ahora”.

Cuando Isabel trata de definir todo lo que está sintiendo, la primera palabra que le viene a la cabeza es “tristeza”: “Hay mucha tristeza, pero no quisiera quedarme solo con esa palabra. Tengo esperanza de que lo que nos merecemos como país pueda ser una realidad”.

Es la misma esperanza que abriga Roberto Weiser, cuyo padre es un inmigrante alemán que llegó al país en tiempos de posguerra y formó familia con una venezolana. Hoy son sus hijos quienes, como los de Isabel Otero y tantos otros, han partido a Europa, donde uno trabaja como ingeniero y la otra está culminando sus estudios universitarios.

“Lo que necesitamos es un giro de 180 grados, un nuevo gobierno, un nuevo plan económico, un reforzamiento y resurgimiento de valores de vida que hemos perdido completamente. Eso va a tardar un tiempo, pero este país tiene mucho músculo y, si aquí cambian las cosas, yo estoy seguro de que en 3, 4, 5 años volvemos a ser el mismo país que teníamos antes, incluso mucho mejor. Yo estoy totalmente optimista. Las cosas cambian siempre para bien y así debe ser aquí también en Venezuela”, asegura.

Suscríbete a nuestro canal de Telegram "Inmigrantes en Madrid" para que estés al día con toda la información sobre Madrid y España, ofertas de empleo y más

Mientras esa esperanza se materializa, Roberto ha aprendido, como José Arias y todos los padres en la misma situación, a compensar el duelo por la separación de sus hijos con la tranquilidad de saber que están en un entorno seguro, particularmente la hija menor: “Su mamá y yo estamos muy contentos de que ella esté afuera y ella también porque tiene toda la seguridad y toda la tranquilidad que necesita para poder estudiar”, afirma. “A mí me gustaría que regresara si viviéramos en un país normal, pero esto no es un país normal”.

Esa “anormalidad”, justamente, es la que hace que su hijo mayor, especializado en el desarrollo de fuentes de energía renovables y quien sueña con volver a América Latina, no incluya a su país natal en sus prioridades: “A pesar de que es muy venezolano y ama a su país, él entiende que aquí no tiene ningún tipo de seguridad. Si él va a empezar un proyecto en un país, lo primero es asegurarse de que ese país le dé seguridad: personal, económica, jurídica, mentalidad progresista de parte de sus gobernantes, ganas de hacer cosas por el bien de la población. Eso no lo ve él aquí”.

Mientras tanto, asegura Roberto: “Yo prefiero que ellos estén fuera y estén bien y ya yo veré cómo hago para subsistir”.

¿Alguna salida?

“Me imagino que tiene que haber una nueva estructura gubernamental, un nuevo sistema de renovación de los poderes para encaminar todo lo que dicta la Constitución”, dice sin mucho convencimiento José Arias. ¿Qué tiempo tomaría, según él, no tanto cambiar el Gobierno sino revertir la situación actual de deterioro como para que sus hijos y nietos pudieran volver y él se sintiera tranquilo de tenerlos otra vez acá? “Yo creo que eso a lo mejor no lo voy a ver”, se resigna.

María Luisa Páez tampoco visualiza con claridad una solución. Aunque siente que el país no volverá a ser el de antes, su mayor certeza es su arraigo: “Yo soy muy de Venezuela”. Por eso no se ve a sí misma emigrando, a pesar de la insistencia de sus tres hijos. “Ellos sufren muchísimo. El sueño de mis hijos es que yo me vaya. No entienden por ejemplo cómo yo puedo ir a una marcha a protestar; eso no les cabe en la cabeza”.

Isabel Otero, por su parte, aunque no descarta la posibilidad de emigrar, mantiene el optimismo: “Tengo la esperanza de que esto mejore”. Igual que Roberto Weiser, quien no vacila al ser preguntado por sus expectativas de solución a la crisis: “Estoy absolutamente seguro de que sí habrá salida. Este es un país muy grande y muy noble”.

Números que espantan

De acuerdo con el investigador Iván de la Vega, director del Laboratorio Internacional de Migraciones, hasta 1992 había menos de 50.000 venezolanos radicados en otros países, pero actualmente son alrededor de 2.500.000 personas las que han emigrado de Venezuela, lo que equivale a 8,3% de toda la población.

Más del 50% de quienes se han ido del país lo han hecho debido a la inseguridad personal.

Venezuela, según las estadísticas del Observatorio Venezolano de Violencia, es el segundo país más violento del mundo, con casi 28.500 muertes violentas en 2016.

El país tiene el mayor índice per cápita de secuestros de América Latina y, según el criminólogo Marcos Tarre, 10% de las personas secuestradas mueren durante el proceso.

Según una encuesta realizada por la investigadora Claudia Vargas entre estudiantes de las cuatro principales universidades del área metropolitana de Caracas, 70% de los encuestados coincide en que la inseguridad es la principal causa que empuja a los jóvenes a salir del país, seguida de la falta de oportunidades.

Consecomercio (Consejo Nacional del Comercio y los Servicios), estima en más de 500.000 las empresas que han cerrado en la era Chávez-Maduro. Por su parte, Conindustria (Confederación Nacional de Industriales) calcula en más de 8.000 las industrias clausuradas.

De acuerdo con las cifras de la Organización Internacional del Trabajo que maneja el Instituto de Altos Estudios Sindicales, más del 50% de la población en Venezuela trabaja en condiciones de informalidad, comparado con 39% promedio en el resto de Latinoamérica.

Según el FMI, la inflación en Venezuela fue de 500% en 2016, aunque José Guerra, presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional (Parlamento), asegura que alcanzó 550%. Para este año se estima llegará a 720%. El Banco Central de Venezuela, encargado por ley de dar las cifras al respecto, no ha informado del índice inflacionario en los últimos 15 meses, después de haber reconocido 180% de inflación para el año 2015.

El precio de la canasta básica familiar se ubicó en 922.000 bolívares en marzo de 2017, según los cálculos del Centro de Información y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas). El salario mínimo, que fue aumentado este 1° de mayo vía decreto por décima quinta vez en cuatro años, se ubica en 65.000 bolívares, que sumado a los 135 mil bolívares de bono de alimentación, arroja un ingreso mínimo de 200.000 bolívares; es decir, más de cuatro veces menos que el costo de la cesta básica.