La “caseta de la esperanza” para los migrantes venezolanos en su paso por Cúcuta | YoEmigro.com

La “caseta de la esperanza” para los migrantes venezolanos en su paso por Cúcuta

En una caseta al costado de la carretera, vía Pamplona (en Colombia), del techo de zinc cuelgan lo que parecen cientos de banderines de colores que se aferran a un mecate para no salir volando cuando el viento sopla duro. Se trata de cartulinas, cartones, hojas de papel y billetes venezolanos de distintos montos y varios conos monetarios.

En todos los papeles, que también forran la fachada del quiosco de Martha Alarcón y una pared improvisada a un costado, reposan miles de nombres de venezolanos emigrantes que se han visto obligados, por falta de recursos, a atravesar Cúcuta a pie para llegar a otras ciudades colombianas como Bucaramanga, o incluso para llegar a otros países como Perú y Ecuador.

Los caminantes, como les dicen a los venezolanos que realizan ese viaje, también dejan plasmado en sus mensajes de dónde vienen: Yaracuy, Barinas, Anzoátegui, Carabobo, Aragua, Valles del Tuy, Petare, son algunos de sus orígenes. También dejan escrito a dónde se dirigen.

Otros agregan deseos para el futuro, agradecen a Dios que les haya dado fuerzas y brindan palabras de agradecimiento para Martha, quien al verlos pasar frente a su local, en el sector La Garita, los llama con la mano y con un “venga papito” les ofrece, sin costo, un trozo de pan, agua, una pastilla para el dolor de cabeza o una cura para sus pies con ampollas.

Desde hace tres años la señora Martha, colombiana de 55 años de edad, comenzó a “colaborarles” a los venezolanos que veía pasar a pie frente a su local que ahora llama la Caseta de la Esperanza. Cuenta que especialmente la motivó a ayudar que la mayoría que pasaba por ahí eran “puros pelaos”, muchos jóvenes. Tampoco es ajena al país vecino. Conoce San Cristóbal, donde tiene familia.

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Sin embargo, fue hace casi un año, el 14 de junio de 2018, cuando pidió por primera vez a unos migrantes que le dejaran un recuerdo. “Es que yo soy así, detallista”, dice. Horas después, llegó al puesto un segundo grupo y al ver lo que habrían escrito sus compatriotas preguntaron si ellos también podían dejar un mensaje. “Y así comenzó todo”, señala.

Historias que marcan

Entre las historias que más han conmovido a Martha rememora la de una joven venezolana que tocó a su puerta una noche con su bebé de 25 días de nacido en brazos. “Era una cosita chiquitica. La muchacha se veía toda decaída. Le pregunté si habían comido y me dijo que no. Esa noche les hicimos arepas, agua panela con leche y a ella le di agua aromática porque tenía dolor de estómago”, narra. Luego partieron a medianoche.

También recuerda a un señor que comenzó a llorar cuando ella le dio comida porque él decía que su esposa e hijos no tenían cómo alimentarse. “Otro día conocí a una mamá y sus hijos que me contaron que tenían tres días comiendo mango. Venían con diarrea. Pedí plata y los embarcamos a un refugio”, dice.

De Venezuela todos le cuentan que “la cosa está dura”, que “a veces hay comida pero que la plata no alcanza porque es demasiado cara”. Por eso siempre que su bolsillo, o alguna donación esporádica lo permite, les prepara algo más de comer. Una tarde atendió a un grupo de unas 60 personas a los que les sirvió arroz con salchicha y verdura. Otros días compra cabezas de bagre y prepara caldo.

Un techo y palabras de aliento

Cuando cae el sol hay varios venezolanos caminantes que deciden dormir en la caseta, bajo los miles de mensajes que  asemejan los móviles de un niño sobre una cuna. “Algunos sacan sus sabanitas o su ropa, otros me piden que si no tengo un cartoncito. Yo tengo una colchoneta grande que también les presto”, cuenta. A la mañana siguiente, siguen su camino.

Recientemente, destaca la mujer, le ha sorprendido ver cada vez más niños, mujeres embarazadas sin sus parejas y personas con discapacidad: “Llegan con gripe, diarrea, que les duele la cabecita. Es demasiado triste lo que está pasando realmente”.

Su mensaje para “nuestros hermanos venezolanos” es que tengan fuerza y que si deciden emprender el duro camino, donde su caseta es solo una parada, “que no miren para atrás”.

“Hay que tener fe en que esto va a cambiar, les digo que si se van a arriesgar, nada de hacer daño acá en Colombia. Acá los queremos mucho. Que si se va a animar acá a venir que vengan, con cuidado, amor y fe que les va a ir bien. Con la frente en alto”, agrega.

Un gesto que trasciende

Muchos de los agradecimientos ya no se quedan en papel. Aunque hay muchos migrantes de los que la señora Martha desconoce su paradero, hay otros con quien intercambió teléfonos y ahora le han escrito para contarle cómo les va, que ya consiguieron trabajo.

“Ellos me dicen ‘hay doña Martha estamos trabajando gracias a Dios, en cualquier momento vamos a bajar a saludarla’. He hablado con algunos que están en Bucaramanga, Bogotá y Perú“. También le dejan mensajes en el muro de su Facebook. “Les digo que cuando todo esto acabe y vuelvan a Venezuela, que me inviten a conocer las playas”.

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