La dura travesía de los venezolanos que caminan hacia Colombia | YoEmigro.com

La dura travesía de los venezolanos que caminan hacia Colombia

Los venezolanos que salen de su país, afectado por la crisis humanitaria y económica, caminan más de 400 kilómetros desde la frontera con Colombia para llegar al interior del país.

Debido a su travesía para permanecer en Colombia, trasladarse a Ecuador o llegar a Perú, los pies y la piel de los migrantes están cubiertos de llagas debido a las adversas condiciones climáticas en las que caminan durante días, a más de tres mil metros de altura.

Los inmigrantes ingresan a la frontera colombiana utilizando cruces ilegales o “trochas”, controlados por grupos armados, a pie o en autobús.

Los puntos más desafiantes de la larga caminata desde la ciudad fronteriza de Colombia, Cúcuta, son los páramos, donde la vegetación produce agua y sus ecosistemas son únicos. Los migrantes, que están acostumbrados al clima cálido de su país, experimentan grandes dificultades y problemas de salud debido al frío que cae por debajo de los cero grados en la noche, especialmente al pasar los páramos.

Los migrantes tienen la suerte de poder descansar durante el difícil viaje en alguno de los ocho refugios abiertos por benefactores colombianos o venezolanos.

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Los venezolanos, a quienes la mayoría de los colombianos han ayudado, dicen que durante el viaje a veces tienen que soportar burlas verbales.

La pequeña ciudad histórica de Tunja, que fue testigo de la lucha del libertador de ambos países, Simón Bolívar, y que presenció la batalla de Boyacá, donde los españoles sufrieron el golpe decisivo en cuanto a la independencia, es la parada más importante del viaje de los venezolanos, que tarda de una semana a 21 días.

Los caminantes descansan unos días en alguno de los dos centros de refugio en Tunja antes de iniciar su marcha hacia Ecuador y Perú.

Mateo ha caminado 21 días

Un miembro de la Fundación Cultural Simón Bolívar que a veces recibe el apoyo de la Cruz Roja, así como de donaciones de venezolanos y colombianos, y una sastre colombiana, propietaria de otro centro de ayuda, le contaron al corresponsal de Agencia Anadolu las experiencias de los venezolanos.

Raúl Antonio Gallardo Mateo, un migrante en el centro de refugiados de la Fundación Cultural Simón Bolívar, expresó que la mayor parte de su viaje lo hizo a pie desde su pueblo en Venezuela. Le tomó un total de 21 días.

Gallardo, de 41 años, padre de cuatro hijos, no pudo contener las lágrimas al hablar sobre lo mucho que anhelaba a su familia. “Me he subido a unos pocos vehículos haciendo autostop. Descansé en la carretera en los centros de asilo. Pelé papas para ayudar a hacer la comida. Muchas personas sufren las dificultades de la carretera.

Muchas veces los lugares a los que van no son lo que esperaban. Llevan días buscando trabajo, pero no lo encuentran. Yo también pensé que volvería alguna vez. Tengo una amiga en Brasil, hablé por teléfono con él. Me dijo ‘No vuelvas, pelea por tu familia, no te rindas’. Me motivó, me dio fuerzas y sigo caminando. Siempre pienso en mis hijos. Los extraño mucho”.

El migrante tomó un plato de arroz con un trozo de carne en el centro de refugiados y regresó a la carretera con tres de sus amigos.

Gallardo, quien continúa su difícil viaje hacia Bogotá y luego a Perú junto con sus amigos, al mostrar 100 soberanos (nueva moneda de Venezuela), dijo: “Necesitamos recolectar siete de estos para comprar un kilogramo de arroz, pero nuestro diario llega a apenas a 300 soberanos”. Lleva monedas antiguas de los prósperos días de su país como recuerdos.

Peña no puede olvidar que estaba temblando de frío

Joan Alberto Peña Rivero, un venezolano de 21 años que llegó a Tunja con un grupo de 15 amigos tras siete días de caminata, recordó cuando entró a Colombia en la “trocha” del río Táchira, que separa las ciudades de Cúcuta y Ureña en Venezuela.

Peña, quien entregó 30.000 pesos colombianos (aproximadamente USD 10) a los grupos armados que controlan el cruce, indicó que hasta que llegaron a Tunja, durmieron en estaciones de gasolina y en las carreteras; no puede olvidar el frío en la ciudad de Paipa.

El migrante decidió quedarse en Tunja y comenzó a trabajar en el centro de refugiados para ayudar a otros venezolanos. Además, comunica y comparte los avances de sus paisanos a través de sus redes sociales.

Convirtió su casa en un refugio

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El segundo centro de asilo en la ciudad es de la sastre colombiana. La mujer que comenzó a dar la bienvenida a los migrantes con sus donaciones, convirtió su hogar en un centro para refugiados. Ayuda con ropa, zapatos, limpieza y suministros de alimentos.

La colombiana, quien recibe una tarifa simbólica de 3.000 pesos (USD 1 aprox) diarios, se siente un poco triste ya que está experimentando muchos problemas con las los bancos y las autoridades municipales.

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