Un bisteck para los tres… la tristeza de vivir en la Venezuela actual

Un bisteck para los tres… la tristeza de vivir en la Venezuela actual

El siguiente texto fue publicado por el recientemente graduado comunicador social Diego Alonzo en su cuenta de Facebook y lo compartimos a continuación sin alterarle ni una coma porque nos parece una muestra perfecta de la realidad que viven la mayoría de las personas en la Venezuela actual, por lo que los invitamos a leerla y compartirla con todos sus amigos en redes sociales:

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Esto iba a ser una pequeña crónica de mi día de ayer, pero no pude evitar el desahogo:

Después de vigilar mi estado de cuenta bancaria durante día y medio, la transferencia de mi última quincena se hace efectiva. Antes de salir de compras, lo ideal es que uno coma primero, pues no se sabe cuanto tiempo estará en la calle.

En la nevera queda masa de maíz pilado, un bistec tan pequeño que parece un chiste y salsa de tomate.

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Mientras cocino, mi perro y mi gato me siguen a todos lados, con la esperanza de que comparta mi desayuno una vez esté listo. Mis mascotas tampoco están comiendo bien. Agua y algún hueso o cartílago sobrantes los ha mantenido precariamente durante los últimos dos días.

Cuando todo estuvo listo, tome la mitad del bistec y lo dividí en partes iguales, una para cada animal. Aun tengo la impresión de que ni siquiera masticaron, la comida desapareció de sus platos tan pronto se las puse. Sus miradas piden más, pero yo también tengo que comer.

A las 10 salí de mi casa, sin la certeza de tener el pasaje completo pero sin pensarlo mucho. Estaba dispuesto a caminar y procurar cualquier cosa que pudiera durarnos el fin de semana. Supongo que así se sentirían los primeros hombres al salir de cacería, con la diferencia de que estaban seguros de que sus herramientas son el medio efectivo para asegurar la presa.

El dinero es la herramienta para procurar nuestras necesidades en estos tiempos, sin embargo, en Venezuela no nos sirve de mucho, simplemente porque no hay qué procurar.

Aún así, no pierdo el ánimo. La cola del cajero avanzo tan rápido que pronto ya estaba en la búsqueda.

El primer abasto solo tenía café, y cuando llegué, una señora se llevaba los últimos cuatro paquetes. En los anaqueles solo quedaba la bolsa más grande, un kilo por 4600 bolívares. Muy caro.

Más allá, está Superpets. Sin dudar compre 4 kilos de perrarina. Mi gato va a tener que conformarse.

Muchísimo dinero para comprar carne, y un poco más para masa de pastelitos. No hay más nada.

De regreso, el chófer del carrito por puesto me comenta cómo pudo visitar EEUU siendo marino mercante en los años 70. Lo hace con resignación a su estado actual, que al final, es el mismo de todos. En el bus, la señora que tengo al lado mira por la ventana y comenta:

«No sé para que se pusieron a saquear. Ahora ningún abasto en Tronconal abre. Nos jodemos todos»

El hombre a mi derecha, que va aguantado del pasamanos del vehículo, agrega:

«Lo hacen por maldad. La gente que tiene hambre se lleva la comida. No las neveras ni las cestas»

Finalmente me bajo en la distopia. La avenida principal de Boyacá esta llena de negocios, y casi todos están cerrados. Camino rápido a casa, con mis bolsas en las manos y el sol imperdonable sobre mi. Recordando que desde los saqueos, los sonidos de disparos se escuchan a distancia en las noches.

Y recordando que hace dos días, 5 disparos se escucharon en la vereda donde está mi casa; uno de éstos quedo incrustado en el capó del carro del vecino, estacionado en la avenida, al lado del carro de mis padres.

Pero al final, todo comienza a sentirse como un ruido, de esos que puedes ignorar fácilmente, como el de una TV encendida.

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Y digo ignorar porque estoy exhausto de pararle bolas a todo lo que pasa en la calle, porque dejó de importarme, porque no es mi peo y no quiero que lo sea, porque no vale la pena, porque heredo un país que no me merezco, porque bastante ha sido el maltrato de la «vida» que uno hace aquí.

La política, la emoción por un levantamiento, derrocamiento, por un golpe de estado o por un revocatorio; todo esto son intentos fútiles de un país, de una población, que aun no madura. Sin pensarlo van a buscar la siguiente cosa mas grande, emocionante y brillante, siempre dispuestos a sacrificar dignidad y valores para salirse con la suya.

En pocas palabras, Una población dedicada a repetir la historia, que desde mi punto de vista, siempre fue un cuento de odio, violencia, viveza y corrupción, elementos que parecen perdurar en el tiempo.

Somos una especie de Macondo perverso, perpetuamente arrasado por la tormenta de arena, siempre anhelando volver a empezar, y nunca evolucionando más allá de nuestras expectativas, saboteando nuestro propio futuro.

Y con este tren de pensamiento, me invade una tristeza profunda, no por mi país, sino por mi, porque por mucho que quiera salir, hay algo que me preocupa y me desanima de forma brutal.

No es el hecho de no tener el dinero, querido lector, porque eso se consigue, es el hecho de que mientras trabajo para esto, una bala me consiga primero.

Al pensar en esto último, Una frase surge instantáneamente de mis divagaciones

«Puede que no sea tan malo»

Surge de forma tan natural, que es aterrador, o por lo menos soy consciente de que debería serlo.

Pero no lo es, no para mi, porque logré entender que con un escenario tan probable, es natural que me espere tal destino.

Admito que ver a mis mascotas comer con tal gusto, fue un sorbo diminuto de felicidad.

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