Xenofobia en el país equivocado..., por Daniel R. Pichel | YoEmigro.com

Xenofobia en el país equivocado…, por Daniel R. Pichel

El siguiente es un artículo de opinión publicado en el diario La Prensa de Panamá y firmado por Daniel R. Pichel:
Parece increíble que en Panamá, un país cuya población surge de migraciones constantes desde que se tiene memoria, pueda discutirse el tema de la legalización de extranjeros, con los argumentos que se han escuchado recientemente. Propuestas como prohibir las banderas de otros países o la suspensión de programas de regularización migratoria no tienen ni ton ni son. Quien busca legalizar su situación no es un sicario que viene a matar panameños. Esos deben ser controlados de otras maneras que involucran acciones policiales y de inteligencia.
El panameño es la mezcla racial por antonomasia. En 2002, un estudio del instituto del DNA y del Genoma Humano de la Universidad de Panamá, dirigido por el Dr. Tomás Arias, determinó que el “genoma panameño” está compuesto por un 39.4% de genes de origen indígena, un 29.4% de origen negro y 31.2 de origen blanco europeo, lo que genera una proporción cercana a un tercio de cada uno de los grandes grupos raciales que han existido en el país.
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En 2012, se realizó una nueva investigación en la que se analizó el ADN mitocondrial de más de mil 500 voluntarios panameños. Al ser el ADN mitocondrial heredado de forma directa del linaje materno y sin que se altere por las características genéticas del padre, permite determinar de forma precisa el origen molecular materno. Los resultados demostraron que el 83% de los panameños tiene genética materna, primordialmente indígena (supuestamente de los grupos que migraron del norte hacia el sur de América, pasando por el istmo), siendo el otro 17% de los demás grupos étnicos que contribuyeron a poblar el país a lo largo de su historia.
Lo anterior, es lo que se refiere al aspecto científico de la impronta de las diferentes razas en la genética panameña. Pero el componente social, cultural y económico no puede dejarse a un lado. Como zona de tránsito, a lo largo de toda su historia, es de esperarse que muchos grupos pasaran por nuestro territorio y dejaran su marca en la población istmeña. Desde la conquista, Panamá fue paso obligado para los españoles que llevaban oro hacia España. Igualmente, los piratas ingleses frecuentaban nuestras costas para aprovechar ese tránsito. Estos, junto con los esclavos negros y los aborígenes, formaron un caldo genético que convirtió a Panamá en lo que hoy somos.
Si a todo esto se le suma la construcción del Canal, que atrajo personas de muchos lugares del mundo, esa amalgama de ácidos nucleicos se fue enriqueciendo cada vez más. En la década de 1930 hubo un intento de prohibir la inmigración de chinos, japoneses, sirios, turcos y negros, propiciada por la percepción de Arnulfo Arias, quien las calificó como “razas indeseables” (Eugenesia y el mejoramiento de la raza, Boletín sanitario de Panamá, 1934). Luego, gracias a la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española, Panamá volvió a ser polo de atracción para gran cantidad de personas que huyeron de las persecuciones nazis, fascistas y falangistas. Gran parte de esas personas que migraron durante el siglo XX, echaron raíces y formaron sus hogares en este pedacito de tierra en el centro del continente americano. Se mezclaron, no solo para formar familia y tener hijos, sino para compartir intereses, preocupaciones y espacio vital en igualdad de condiciones.
Más recientemente, a raíz de las situaciones sociopolíticas de países vecinos, se ha incrementado la inmigración desde Suramérica. Las condiciones del inmigrante actual no son iguales a las que se veían en la época de la conquista, de la construcción del Canal o de la posguerra. Sin embargo, todos tienen elementos comunes. Quienes emigran no es porque lo estén pasando bien. Invariablemente van hacia su nuevo destino, con gran incertidumbre sobre su futuro. Suelen estar dispuestos a trabajar sin poner demasiadas condiciones, y aceptan que pasarán dificultades antes de surgir.
Obviamente, a nadie le agrada que un forastero critique al país que lo acoge. Pero, pretender que callar a quien se queja sea una manera válida de esconder defectos, no es más que una actitud cobarde e irresponsable. Reclamar deportaciones, porque se critique de manera grotesca a los panameños, no es propio de un país de tránsito. Y ya no digamos que una diputada llame escoria a una nacionalidad particular. Eso es una vergüenza.
Hace unos días, se cuestionó a una panameña nacionalizada que participó en un panel sobre este tema. Entendamos que quien se naturaliza ha tomado una decisión personal, a la que no han sido sometidos muchos de los que ostentan la nacionalidad por nacimiento. Eso tiene su valor.
Vivimos en un mundo en el que las fronteras son cada vez más tenues. Proteger el empleo y las oportunidades basadas en la nacionalidad es un gran error. Panamá es lo que es, no solo gracias a los panameños, sino a muchos inmigrantes que llegaron al país a generar riqueza, trabajo y oportunidades para todos. Las oportunidades deben ser para los mejores, no solo para los que nacieron aquí. Cuando entendamos eso, posiblemente podremos progresar socialmente. Mientras, es aceptable decir que “no hay nada más panameño que no ser del todo panameño”. Aquí, hasta la cacica de los “grupos originarios” tiene apellido vasco… @drpichel